Era temprano en Mecana, la brisa soplaba en la playa y el sonido del océano me recordaba lo especial que es este lugar. Han pasado ya dos semanas desde que llegué al Jardín Botánico del Pacífico para realizar mi práctica profesional en la carrera de Biología. Dos semanas llenas de encuentros con animales maravillosos de todo tipo. Zarigüeyas, kinkajúes, ranas y ballenas me han permitido asombrarme con su presencia, quedándose en mi memoria como algunos de los recuerdos más mágicos.
Aquella mañana, como de costumbre, salimos a caminar con un grupo de turistas. Les expliqué lo impredecible que es el bosque y lo importante que es estar abiertos a lo que nos quiera mostrar. En mi mente, esperaba encontrarme con algún tucán, un perezoso o tal vez un mono tití, pero ese día el bosque parecía estar en silencio. Durante el recorrido, caminamos por las hermosas playas del Pacífico y también nos adentramos en los bosques primarios y secundarios del Jardín.
Observamos extraños hongos en el suelo, aprendimos sobre su papel crucial en la naturaleza, visitamos la enorme ceiba de 300 años en mitad del recorrido, y nos recargamos con la energía de este mágico bosque lleno de biodiversidad. Finalmente, nos dirigimos de regreso al hotel. Aunque no habíamos avistado muchos animales, todos estábamos agradecidos por la experiencia compartida.
En la parte final del recorrido, en el punto donde se entrecruzan el bosque, el manglar y el río, un lugar donde la vida parece fluir con mayor intensidad, escuché un ruido. Era un sonido que no reconocí de inmediato, pero que me hizo pensar que algo grande estaba cerca.
Giré la cabeza hacia la derecha, y ahí estaba. Una larga cola y un cuerpo de color café rojizo oscuro se movían entre el matorral del sotobosque. Sus fuertes piernas, adaptadas para escalar, se movían con agilidad en ese denso entorno. Mi corazón se aceleró; sabía que estaba ante algo especial. Mostré al grupo lo que veía, pero solo otra persona logró ver esa sombra que se desvanecía rápidamente entre la vegetación.
Foto por Juan Daniel Mejía Arango
Era un coatí, un mamífero de la familia Procyonidae que parece una mezcla entre un mapache y un oso hormiguero pequeño, con un cuerpo alargado y una cola tan larga como su cuerpo, la cual mantiene en alto, como si de una bandera se tratara. Un animal que se mueve ágilmente por el bosque y usa su gran nariz para rebuscar entre la selva cualquier alimento que su dieta omnívora le permita comer.
Este encuentro, aunque fugaz, dejó una huella en mí. El Chocó me hace sentir en casa, y cada día aquí me reafirma que estoy en el lugar adecuado, un lugar donde cada momento es una nueva oportunidad. Estas selvas me regalaron un momento mágico y me demostraron una vez más la inmensa riqueza de la región. El Jardín Botánico del Pacífico es hogar de muchos otros animales; los cuida y los protege, permitiendo que poco a poco las especies se sientan más cómodas con la presencia humana. A veces, surgen pequeños momentos como este. Por ahora, las cámaras trampa son nuestra mejor herramienta para avistar la fauna del lugar, capturando momentos que muchas veces solo están en nuestros sueños. Aquí una pequeña muestra de esos sueños.
Registros cámaras trampa por Jardín Botánico del Pacífico 2024
Escrito por David Morales Ramirez, practicante de Biología Universidad de Antioquia, Septiembre 2024.
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